Las mujeres que trabajan en maquiladoras en Puebla sufrieron despidos y mayor precarización de sus condiciones laborales a partir de la pandemia de COVID-19. Como en otros sectores, la emergencia sanitaria obliga a replantear las condiciones en que esta industria emplea a las personas y cómo factores como el sexo desfavorecen a grupos específicos de la población.
Fabiola y su madre empezaron a trabajar en una maquiladora en Tehuacán, Puebla, en 2017. En junio de 2020 fueron despedidas porque la empresa tuvo que recortar personal debido a la pandemia de COVID-19. Ellas, como muchas otras mujeres mujeres en las maquiladoras de Puebla, fueron víctimas de la profundización de la precariedad laboral a raíz de la emergencia sanitaria.
Puebla, a la par de Hidalgo, es la segunda entidad en donde el mayor porcentaje de mujeres ocupadas son empleadas por la industria indumentaria, de acuerdo con el informe “Una mirada desde los datos cuantitativos y cualitativos a la industria indumentaria en México”, de Fundación Avina. Hasta el primer trimestre de 2020, cuatro por ciento de las mujeres ocupadas en Puebla eran empleadas por este segmento de la industria, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), analizados en este informe.
¿Cuántas empresas de la entidad se dedican a la industria indumentaria?
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Las principales actividades económicas en el Valle de Tehuacán, en Puebla, son el trabajo en empresas maquiladoras y en plantas avícolas. La industria indumentaria en específico está concentrada de especial manera en Puebla: casi la mitad de las pequeñas empresas en el estado se dedican a esta industria y 16.51 por ciento de las grandes empresas dedicadas a la indumentaria están basadas en esta entidad.
Las mujeres poblanas que trabajan en esta industria encuentran una contradicción en estos empleos: por un lado tienen una flexibilidad de horario que les permite cumplir con otros roles como el de amas de casa, pero a la vez se enfrentan a dinámicas de explotación.
“Saben que no es un buen trabajo y que las condiciones no son las mejores, pero es la opción que encuentran para poder solventar los gastos familiares y a la vez negociar otros espacios”, dice Miriam Quiroz Ramírez, maestra en Antropología del Colegio de Antropología Social de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).
Aunque esta industria es la fuente de empleo del mayor porcentaje de las mujeres económicamente activas en Puebla, las condiciones en las que se desarrollan los trabajos no son las óptimas. Además, la brecha de género hace que las mujeres sean incluso más desfavorecidas que los hombres.
Personas empleadas en la industria manufacturera
Por sexo
Fabiola y su madre, antes de trabajar en la maquiladora de la que fueron despedidas por la emergencia sanitaria de COVID-19, habían trabajado en otras empresas de la misma rama. “Sinceramente son muy pocas las oportunidades de crecimiento, son contadas con los dedos de las manos. Es raro que algún supervisor o alguna persona de alto mando te dé la oportunidad de crecer”, dice Fabiola, cuyo nombre real y el nombre de la empresa en donde trabajó no son publicados para proteger su privacidad. Después de su despido, ambas mujeres decidieron vender comida por su cuenta, porque en las maquiladoras “tuvimos que buscar porque ahorita hay trabajo y al ratito ya no”, hay mucha incertidumbre, de acuerdo con Fabiola.
Pero no todas las mujeres que trabajaban en las maquiladoras de Puebla fueron despedidas, hubo quienes sí pudieron retomar su empleo meses después de que la emergencia sanitaria iniciara. Durante el periodo en el que las empresas tenían prohibido operar, “mucha gente tuvo que vender terrenos o empeñar sus cosas para aguantar, eso ayudó a muchas mujeres que trabajaban en las maquiladoras, pero ahora están trabajando para pagarles a ellos, dice Rodrigo Santiago, de la Comisión de Derechos Humanos y laborales del Valle de Tehuacán.
A nivel nacional, el número de mujeres empleadas en esta industria disminuyó en 5.04 por ciento durante el primer trimestre de 2021 en comparación con el mismo periodo de 2020, de acuerdo con los datos del Inegi. Pero en Puebla sucedió lo contrario: la cifra aumentó en 0.43 por ciento.
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Nivel de ingresos
Primer trimestre 2020
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Ganar $2,400 pesos mensuales durante una emergencia sanitaria
El salario de Fabiola y su madre estaba 41.78 pesos por encima del salario mínimo en 2020: mientras ellas recibían 165 pesos diarios, el salario mínimo era de 123.22 pesos.
Como ellas, 40 por ciento de las mujeres empleadas en la industria manufacturera en Puebla ganaban entre uno y hasta dos salarios mínimos durante el primer trimestre de 2020, es decir, entre tres mil 696 y hasta siete mil 393 pesos mensuales. Otro 39 por ciento de estas mujeres ganaban hasta un salario mínimo.
Nivel de ingresos
Primer trimestre 2021
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En 2021, a un año del inicio de la pandemia de COVID-19 en México, esta tendencia se revirtió y ahora 42 por ciento de las mujeres empleadas en esta industria ganan hasta un salario mínimo y solo 34 por ciento perciben entre uno y dos salarios mínimos.
Para Fabiola y su madre, la declaratoria de emergencia sanitaria significó que su salario fue disminuido a la mitad de un día a otro. “El 4 de abril (de 2020) nos dijeron que ya no nos íbamos a presentar a trabajar porque los protocolos habían cambiado”, dice Fabiola. “Nos mandaron a todos los trabajadores a descansar con medio sueldo (en su caso, eso equivalía a dos mil 475 pesos) y a finales de mayo nos dijeron que ya no nos iban a depositar ni eso. Después dijeron que no era seguro que todos regresáramos a trabajar”.
Fabiola y su madre nunca volvieron a ser contactadas por la empresa para la que trabajaban. Lo mismo sucedió con aproximadamente 500 personas en tres fábricas de esa misma empresa, según Fabiola.
Nivel de ingresos
Pero la pandemia de COVID-19 no es la primera crisis que enfrentan las empresas maquiladoras en Puebla. Entre 1996 y 2003 hubo un “boom” en las maquiladoras en el municipio de Tehuacán, Puebla: “era la capital mundial del jean”, dice Santiago. Sin embargo, la crisis de 2005 provocó cierres masivos de estas empresas y por lo tanto, miles de personas quedaron en el desempleo. Santiago explica que, para adaptarse a esta nueva situación, hubo personas que con la liquidación que recibieron compraron máquinas para seguir trabajando desde sus hogares, y otras a quienes sus empleadores les dieron las mismas máquinas como liquidación en especie. Así empezó la dinámica de trabajo a domicilio.
Rodrigo Santiago explica que cuando fue declarada la emergencia sanitaria, muchas empresas tenían ya pedidos hechos, pero no podían seguir operando en sus instalaciones por decreto presidencial. Como solución, recurrieron a estos talleres caseros para poder cumplir con los compromisos de producción que habían hecho antes de la pandemia.
Sin embargo, los talleres caseros no son una opción que tengan todas las mujeres que quedaron desempleadas a raíz de la pandemia de COVID-19. “Las mujeres son estrategas, si no está la maquila, buscan y ofertan habilidades que poseen porque las socializaron para ejercer tales roles”, dice Miriam Quiroz. Ese es el caso de Fabiola y su madre, que al perder su empleo en la empresa maquiladora, decidieron vender comida que ellas mismas preparan.
Acceso a instituciones de salud
En Puebla, durante el primer trimestre de 2020, solo 33.03 por ciento de las mujeres empleadas en la industria indumentaria tenía acceso a servicios de salud, según los datos del Inegi. Este porcentaje disminuyó a 25.48 por ciento en el mismo periodo de 2021.
Fabiola recuerda que en la empresa en donde trabaja siempre le proporcionaron los productos de higiene y cuidado personal para protegerse mientras cumplía con sus tareas. “No podías entrar maquillada, ni con aretes, ni con uñas pintadas, ni anillos, aretes ni nada de eso. Tenías que llegar con el cabello recogido. Al entrar te tomaban la temperatura y te daban gel antibacterial, nos sanitizaban antes de entrar”, dice Fabiola.
Que las empresas tomaron las precauciones necesarias a raíz de la pandemia de COVID-19 no quiere decir que las y los trabajadores estuvieran afiliados a instituciones de salud.
En el caso de los hombres, en 2020 48.76 por ciento de ellos tenían acceso a estos servicios, mientras que en 2021 la proporción disminuyó a 40.97 por ciento. Aun con esta reducción de 7.79 puntos porcentuales, antes y después de la emergencia sanitaria son los hombres quienes tienen mayor acceso a estos servicios.
Nivel de ingresos y acceso a instituciones de salud
“Los servicios de salud y la atención médica están en los últimos lugares de prioridades, excepto cuando son para sus hijos o para otras personas de su familia”, dice Miriam Quiroz. De acuerdo con la experiencia de la antropóloga, por lo general las mujeres que trabajan en esta industria buscan incorporarse a servicios de salud cuando les interesa que sus hijos sean beneficiarios de ellos.
Esta situación ha generado que las mujeres que laboran en esta industria estén doblemente vulneradas ante la pandemia de COVID-19. “Las obreras son población vulnerable incluso sin pandemia, porque sus pulmones están afectados, lo que ellas respiran durante años, toda la pelusa de la mezclillas hacen que adolezcan de las vías respiratorias y de los riñones”, dice Rodrigo Santiago.
Es por eso que el cubrebocas es parte de su equipo de trabajo desde antes de la emergencia sanitaria, pero aun así las pelusas llegan a sus vías respiratorias. Enfermedades crónicas como estas son factores de riesgo ante un contagio de COVID-19: en caso de que una persona contraiga esta enfermedad, “la combinación de todas estas condiciones puede hacer que la persona tenga una peor evolución”, dice el neumólogo Antonio Anzueto en entrevista con este medio digital.
Fabiola asegura que antes de la pandemia nos les faltaron estos insumos y, los pocos días que trabajó en la fábrica durante la pandemia, pudo ver que se extremaron las medidas con el uso de gel antibacterial. La mujer dice que supo de personas que trabajaban en esta empresa y murieron por COVID-19: “supervisores y costureras, la enfermedad no ha respetado, agarró parejo”.
Ahora, Fabiola y su madre venden comida y ya no buscan regresar a la maquiladora por la incertidumbre que suponía ese trabajo. Además, Fabiola dice que es poco probable que una trabajadora pueda “crecer” en esta industria. Ella y su madre eran costureras, y recuerda que no había personas en puestos más altos que las quisieran ayudar a aprender otras tareas.
“Son personas contadas las que sí te dan la oportunidad de aprender otros pasos”, dice Fabiola, refiriéndose a aprender a hacer pasos de la cadena de producción como pegar trabas y resina o cerrar entrepiernas de los pantalones. Las y los trabajadores que sabían hacer estos pasos y por lo tanto utilizar las máquinas más difíciles, fueron en general quienes sobrevivieron a los recortes de personal tras la pandemia.
Este reajuste en la industria indumentaria en Puebla solo beneficiará a los patrones, dice Rodrigo Santiago. El activista recuerda que en la crisis de 2005 sucedió algo similar, y cree que “podría ser una oportunidad para que resurja la incomodidad de la gente y la organización (para exigir mejores condiciones laborales”.
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