Estudios muestran que la carga del trabajo de cuidados y la salud mental están relacionados: a mayor carga de estas tareas, mayor riesgo de padecer ansiedad, depresión y otros trastornos. Esto les ocurre sobre todo a las mujeres, pues no sólo pasan en promedio 40 horas a la semana haciendo estas actividades, sino que también asumen las que tienen una mayor carga mental o emocional (. El impacto depende de múltiples factores, entre ellos si hay suficiente tiempo para el autocuidado, o de si se realizan tareas que causan pesar a cambio de no ser juzgadas por no cumplir las expectativas en el “papel” de madres o mujeres. Y el asunto puede complicarse cuando se vive una neurodivergencia, o cuando la identidad de género no corresponde a la asignada por la sociedad.
Esta es la tercera parte de una serie. AQUÍ puedes leer la primera entrega y AQUÍ, la segunda.
En los últimos años se ha hablado mucho del trabajo doméstico y del papel de las mujeres en él. Por un lado, porque son estas mujeres las que solventan mediante su trabajo no remunerado los vacíos en el sector salud, educación y otros servicios que debería garantizar el Estado para el cuidado, y por otro lado, porque el que sean mujeres las que llevan la mayor carga de estas tareas se debe a estereotipos machistas perpetuados desde el hogar hasta los espacios públicos, pero aún falta hablar de la relación entre el trabajo de cuidados y la salud mental.
La presión por ser “una madre amorosa y entregada” o la “ama de casa perfecta”, hace que se pase de largo el considerar que pasar largos periodos de tiempo dentro del hogar y cuidar de todo y de todos sin la posibilidad de darse un descanso o procurar actividades de autocuidado, pueden mermar de manera grave la salud mental de las mujeres.
La repartición de las tareas entre todas las personas que integran un hogar, la participación comprometida de una amplia red de apoyo, y la plena consciencia de que todas las personas tienen derecho a ser cuidadas (sí, incluidas las personas que cuidan) son apenas el piso mínimo para que, al menos al interior de las familias (sanguíneas o elegidas) se transforme el trabajo de cuidados.
Trabajo de cuidados y salud mental: a mayor carga, mayor riesgo de sufrir ansiedad y depresión
Un estudio publicado en septiembre de 2022 por la revista médica The Lancet Public Health concluyó que “el trabajo no remunerado se asocia negativamente con la salud mental de las mujeres, con efectos menos evidentes para los hombres”. Este estudio considera la enorme desigualdad en la división del trabajo doméstico y de cuidados entre hombres y mujeres, y sugiere que esto expone a las mujeres a un mayor riesgo de deterioro en su salud mental.
Los hallazgos también señalan que la carga del trabajo no remunerado es una razón por la que a las mujeres se les suele diagnosticar ansiedad y depresión con más frecuencia que a los hombres.
En 2020, después de su segundo embarazo, Neide Rodríguez vivió un cuadro de depresión post parto muy fuerte.
“Estábamos en pandemia: [era] mucho encierro, yo hacía todo, y nadie podía ayudarme porque nadie podía entrar [a mi casa]. Por eso fue complicado. Me sentía triste todo el tiempo, no me daba hambre… hacía las cosas en automático, como ida, no estaba 100 por ciento consciente ni disfrutando mi día a día. Lloraba mucho y no podía dormir en la noche. Fue como: necesito ayuda porque si yo no estoy bien, mis hijos tampoco están bien”.
Neide Rodríguez, ama de casa
Por eso fue que Neide decidió iniciar un proceso de terapia alternativa que incluía meditación y la búsqueda de espacios para estar en contacto con la naturaleza. Eso le ayudó mucho en aquel momento, y hace un año comenzó también un proceso psicoterapéutico.
Más tiempo trabajando y menos tiempo para ellas mismas
Vianey Lecona también se enfrentó con fuertes problemas emocionales durante la pandemia. Por un lado, fue una acumulación de otras situaciones personales que habían sucedido desde tiempo atrás, pero durante el periodo de distanciamiento social estuvo en medio del estrés colectivo, atendiendo su relación, a sus hijas, su trabajo como maestra y el trabajo doméstico: la depresión y la ansiedad hicieron que terminara bajo tratamiento psiquiátrico.
“Lógico, sí hay días en que me siento más agobiada, más cansada… sobre todo cuando no me doy mi tiempo como mamá de ir a hacer ejercicio o pasar un rato con otra persona que no sea del núcleo familiar”.
Vianey Lecona, ama de casa
Ahora entre sus estrategias está ir al gimnasio al menos 40 minutos unas cuatro veces a la semana. Y también ella y su esposo contratan una persona que se encargue de la limpieza de la casa dos veces por semana, lo que, aunado a que ya no tiene un trabajo formal, le permite darse más respiros.
La investigación de The Lancet encontró que el tipo de trabajo doméstico que realizan los hombres no está sujeto a horarios fijos y es más disfrutable o al menos más tolerable (hacer las compras, sacar la basura, reparaciones menores en el hogar, etc.). En cambio, las mujeres se encargan de actividades con una mayor carga mental o emocional (el cuidado permanente de las infancias, la responsabilidad diaria por la alimentación dentro de los hogares, el cuidado de personas enfermas, etc.); por lo tanto, “una hora no remunerada se considera más densa o más impactante para las mujeres que para los hombres y, por lo tanto, podría no ser directamente comparable”.
El estudio también resalta la importancia del término “pobreza de tiempo”, que se refiere a cuando la carga de trabajo remunerado y no remunerado es demasiada y las personas perciben que no tienen tiempo para nada más. Esto es un factor que afecta negativamente su salud mental y bienestar.
De acuerdo con los datos de la Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares de México, las mujeres dedicaron en 2021 un promedio de 40 horas a las semana realizando trabajos domésticos y de cuidados, mientras que los hombres le dedicaron tan sólo 15.9 horas: menos de la mitad.
Como puede observarse, desde 2003 este dato no ha variado mucho. Las mujeres han dedicado entre 37 y 43 horas a la semana al trabajo doméstico y de cuidados desde hace 18 años.
Horas per cápita a la semana por sexo y por año
Según datos de la Encuesta Nacional sobre el Uso de Tiempo (ENUT 2019), a nivel nacional, el promedio de horas semanales de Tiempo Total de Trabajo (lo que incluye trabajo de mercado remunerado y trabajo doméstico no remunerado) para las mujeres de 12 años y más es de 59.5 horas a la semana y para los hombres es de 53.3 horas, lo que significa una brecha desfavorable para las mujeres de 6.2 horas más de trabajo total a la semana.
Específicamente, las mujeres dedican 30.9% de su TTT al trabajo de mercado y 66.6% al trabajo no remunerado de los hogares, mientras que los hombres destinan 68.9% de su TTT al trabajo para el mercado, y tan sólo 27.9% para el trabajo no remunerado de los hogares.
Neide relata cómo incluso en el tiempo que tiene para desayunar, nunca come de corrido porque “siempre hay algo que hacer”.
“Con tres hijos, la casa y un negocio, es muy complicado estar al pendiente de tu cuidado personal. Físicamente no puedo procurarme tanto, porque así como te levantas es hacerte el chongo y vámonos con la primera ropa que encuentras”.
Neide Rodríguez, ama de casa
A partir de darse cuenta que necesitaba también espacios para ella misma, Neide ahora se organiza con sus hermanas para que cuiden a su hijos, a veces cada semana, a veces cada 15 días, para que ese día ella lo ocupe haciendo lo que quiera.
Trabajo de cuidados y salud mental: El autocuidado empieza con los detalles
Rubí Cervantes, psicóloga y terapeuta feminista e integrante de Sorece A.C. confirma en entrevista, con base en su propia experiencia y la de sus colegas, que hay mayores diagnósticos de ansiedad y depresión en mujeres que se encuentran la mayor parte del tiempo realizando actividades dentro de casa.
En ese sentido, la pandemia y los periodos de cuarentena sólo hicieron más visible que el resguardo en casa durante largos periodos de tiempo no beneficia la salud mental de las personas.
Neide lo supo unos meses después de dejar su trabajo, mucho antes de la pandemia. Una de las razones que tuvo para sumarse al negocio familiar de ventas en línea, fue precisamente para “ponerse al día con lo que pasaba en el mundo exterior”.
Cervantes aclara que si bien el trabajo doméstico y de cuidados puede ser un factor importante que impacta en los síntomas de ansiedad y depresión, no significa que sean una causa raíz de esos problemas.
El impacto, así como lo asegura ella e incluso el análisis de The Lancet, depende de múltiples factores, entre ellos, si fue una circunstancia elegida o no, las exigencias sociales, y, como se dijo antes, del tiempo que se invierte en otras actividades orientadas al esparcimiento o al autocuidado.
Desde la perspectiva de la psicóloga feminista, un primer paso importante a nivel individual con estas mujeres es que “se den cuenta de lo valioso que es el trabajo que hacen”, y que a partir de ahí busquen anclarse a pequeñas rutinas o hábitos de descanso y de disfrute.
Para Cervantes, un día a la semana puede no ser insuficiente para el cuidado personal o para el descanso, por lo que recomienda también hacer pequeñas cosas en el día a día dedicadas a ellas mismas que puedan convertirse en rituales personales: prepararse una taza de café o té, comprar algún dulce o comida que les guste, tomar un baño a su gusto, hablar con una amiga o amigo, y diversificar sus redes de apoyo para esos momentos en los que necesiten descanso.
“Es cuestión de gestionar nuestros tiempos. Incluir en nuestras agendas diarias al menos cinco o 10 minutos para nosotras mismas. Porque salir de la rutina un solo día cada mucho [tiempo], como vacaciones o fiestas en las que te dejan descansar, pero luego volver a lo mismo, suele no sentirse realmente satisfactorio o suficiente”.
Rubí Cervantes, psicóloga y terapeuta feminista
Además, en su experiencia con pacientes mujeres adultas mayores, si una mujer ha hecho durante mucho tiempo de su vida trabajos de cuidado, el “dejar de hacerlo” no necesariamente les es benéfico.
“Esta carga tampoco se reduce con quitarla abruptamente. Este tipo de labores impacta en su autoimagen, autoestima e identidad. ¿Quién soy si no estoy cuidando o si no estoy realizando estas tareas?”.
En esos casos, lo mejor es ir quitando esas actividades de a poco pero siempre considerando cómo se siente la persona, y mejor aún si se acompaña de psicoterapia para llevar el tema de la autoimagen.
La comunicación en el hogar para la repartición de tareas
Otra recomendación de la psicóloga para cambiar las dinámicas del trabajo doméstico en los hogares es el diálogo entre las personas que los habitan para repartir las tareas a través de acuerdos. “Es complicado porque a las mujeres, las estructuras sociales nos han enseñado que tenemos que ceder y que hay labores que sí o sí nos tocan a nosotras”, dice Cervantes.
Un ejemplo de ello son justamente las celebraciones especiales o las fiestas decembrinas. En algunos hogares es un día en que puede haber más participación de otros miembros del hogar en los trabajos domésticos pero el resto del año están totalmente ausentes. O al contrario, son fechas en las que la jornada para las mujeres es aún más pesada por no recibir ayuda.
Cervantes puntualiza que el verdadero impacto en la salud física o mental de las mujeres por el trabajo doméstico o de cuidados está en el “hacer algo que yo no quiero hacer”.
En ese sentido el consejo es buscar mejores formas de comunicación y creación de acuerdos. Que cada persona involucrada exprese qué labores les gusta más hacer, cuáles les disgusta menos o con cuál tendrían algún problema, y dialogar para llegar a acuerdos que lo solucionen y que no dejen sobrecarga para una sola persona.
“El trabajo de las mujeres es algo que va a seguir permaneciendo, no se trataría de que ahora lo hagan todo los hombres, pero sí apostar a una repartición de tareas más equitativa, dialogada. No sólo con la pareja o familia, sino con cualquier persona con la que se conviva en el hogar”.
La resiliencia para sostener la vida
Es un hecho que la carga de trabajo doméstico y de cuidados es desproporcionada para las mujeres a causa, en parte, de la perpetuación de estereotipos machistas y también por la carencia de una adecuada infraestructura de cuidados tanto pública como privada, pero también es importante decir que para algunas de estas mujeres, dedicar su tiempo a estas actividades las llena de satisfacción o alegría.
En el ideal, estas tareas estarían repartidas de manera más equitativa no sólo con los hombres, sino también en la colectividad y con los recursos del Estado. Las mujeres tendrían la posibilidad de insertarse en el mercado laboral así hayan asumido o no responsabilidades de cuidado a otras personas ( con hijas, hijos, padres, abuelas o abuelos, etc.), y su salud mental no pendería de un hilo por falta de tiempo para su propio cuidado.
“Me siento contenta porque fue una decisión mía, la de tomarme este tiempo mientras mis niñas están en crecimiento para ser 100 por ciento ama de casa. Estoy muy contenta de verlas crecer, de ver qué alimentos se van a llevar a la escuela o involucrarme con las cosas de su escuela. Eso me permite conocer a mis pequeñitas para ver cómo están en su situación emocional”, cuenta Vianey.
Vianey también tiene pasión y vocación por la docencia, por lo que desea volver a ejercer, pero para eso, y así como está el panorama en el tema de cuidados en el país, tendría que esperar a que sus hijas crezcan o trabajar en una escuela multinivel donde mientras ella dé clases en secundaria, sus hijas las tomen en primaria y así las pueda seguir de cerca.
Neide, por su parte, ha educado a sus hijos con el método Montessori y además de descubrir su vocación con la pedagogía, con esto también contribuye desde el núcleo de su familia a destruir patrones machistas sobre la división del trabajo doméstico.
“Me encanta el método porque veo resultados en ellos y en nuestra familia. Ellos son más independientes. Por ejemplo, se levantan, recogen su plato, lo lavan, asean sus camas, su cuarto, doblan su ropa, etcétera”, dice Neide.
Aunque por sus edades (Erick de 6 años y Leo de 3), ellos no realizan esas tareas de manera óptima y Neide tiene que “darle una pasada” a todo lo que hacen, ella considera que así ya contribuyen bastante.
En los planes a futuro para Neide está el obtener una maestría o diplomado en pedagogía para adultos, para que ella pueda “enseñar a enseñar”, es decir, enseñarle a otras personas adultas a enseñarles a sus hijos e hijas.
En el contexto actual, ella cree que podrá hacer eso en unos dos o tres años, cuando sus tres hijos ya se encuentren en la escuela y ella pueda tener más tiempo para otras cosas.
El reto del trabajo de cuidados y salud mental para las personas neurodivergentes
El trabajo doméstico y de cuidados también se vive en soledad, con roomies, con amigas y amigos, con mascotas y con plantas. Y aunque se pudiera pensar que así es más sencillo de sobrellevar, la realidad es otra. No sólo los estereotipos de género siguen siendo un problema, sino que también el panorama cambia mucho si existe una neurodivergencia.
La neurodivergencia es un término utilizado para referirse a personas con “funcionamientos y procesos cognitivos o emocionales diferentes a la mayoría de la población” y que aparecen como una variación en el campo neurológico, como el TDAH (Trastorno por déficit de atención e hiperactividad), el espectro autista, el trastorno bipolar, entre otros.
“Lo que pasa regularmente es que como me estoy viviendo en mi neurodivergencia, en mi depresión en este momento, las tareas domésticas son lo que más se me dificulta, así como el cuidado que tiene que ver con mi alimentación y mi cuidado personal”, cuenta Isamar Eslava, de 28 años, quien tiene diagnóstico de Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) y Trastorno Bipolar tipo 2.
Actualmente Isamar vive sola, se identifica como una persona no binaria y se dedica a dar acompañamiento psicoterapéutico. Para ella, de hecho, su trabajo como psicóloga es un trabajo de cuidados remunerado.
“Siento que mi trabajo de cuidados se divide en cuatro: Cuidar de mí, cuidar de los seres vivos que habitan en mi casa, o sea las plantas y mi gatita, y por otro lado, el acompañamiento que yo hago lo considero trabajo de cuidados”.
Los cambios emocionales con el TLP y la bipolaridad son complicados de manejar. A veces vive episodios depresivos en los que le es muy difícil mantener una rutina, por lo que ocupa su energía disponible para realizar lo que considera mínimo: alimentar a su gata, regar las plantas y reservarse para sus sesiones como psicóloga.
“Cuando estoy bien, cuando tengo energía, puedo cubrir con esa rutina, pero mientras yo no me siento bien, esa rutina es muy difícil de seguir, y lo que pasa es que al ser uno de mis trabajos de cuidado el que me remunera económicamente, es que trato de llevar toda mi energía hacia esa única tarea, entonces sí siento que vivo un poco en automático”.
Isamar Eslava, acompañante psicoterpéutica
Actividades como lavarse la cara o bañarse pasan a segundo término y las tareas domésticas de limpieza se van acumulando. Entonces, los días que se siente llena de energía trata de hacer lo más que puede, pues nunca sabe cuánto tiempo va a durar. O, en el otro extremo, si le empieza un episodio de manía, hace todas las actividades pendientes en un sólo día.
Rubí Cervantes explica que la vivencia y el impacto del trabajo doméstico y de cuidados en personas o mujeres neurodivergentes es complejo porque, para empezar, la situación puede cambiar mucho entre cuando sí hay un diagnóstico a cuando no lo hay, o entre cuando los síntomas son tratados y cuando no.
En su experiencia, hay casos en los que cuando las mujeres se encargan del trabajo doméstico o particularmente de trabajos de cuidados, ponen mucho empeño en ocultar sus síntomas o diagnósticos a las personas de sus entornos cercanos para evitar ser juzgadas por “no poder cumplir con esos roles”.
Las familias suelen ser más comprensivas y solidarias ante discapacidades evidentes, menciona Cervantes, como cuando “ven que hay una incapacidad para levantarse y hacer cosas, por ejemplo”, pero si no, es más fácil que haya juicios e indolencia.
“Falta quitar prejuicios sobre la neurodivergencia porque no siempre se ve como podría pensarse. Por ejemplo la depresión, que aunque sea grave, pueden estar esforzándose para no ser leídas así. A veces ni siquiera ellas mismas lo notan de inmediato, pero poco a poco dejan de hacer pequeñas cosas que les gustaban o ya no sienten interés en lo que antes sí”, dice Cervantes.
El peso de la maternidad y los cuerpos feminizados
Con su familia sanguínea, Isamar ha observado como la mayor carga de las labores domésticas y de cuidados se lo llevan quienes tienen los cuerpos feminizados, es decir, quienes son leídas como mujeres.
En su casa, durante fechas especiales, son las mujeres quienes se reúnen para planear qué cocinar, qué comprar y organizarse para hacerlo. Estas labores incluyen preparación y limpieza desde días anteriores, mientras los hombres, no se involucran más que para avisar que “ellos comprarán el alcohol”, por ejemplo.
Una vez organizadas, ellas se encargan de lo más complicado y a los hombres les delegan lo que Isamar considera “tareas secundarias”, como ir por mandados sencillos.
Desde la vivencia de la disidencia sexual, el feminismo decolonial, la neurodivergencia y su trabajo como psicóloga, Isamar ha analizado el nexo entre el trabajo doméstico y de cuidados con la maternidad o la figura estereotipada de la madre, es decir, el cómo en las familias se asume que el trabajo de cuidados y mantenimiento del hogar únicamente puede ser sostenido por “mujeres maternales”, un rol además de menor categoría jerárquica que “el padre proveedor”.
“La figura de la maternidad es sumamente bizarra, diría yo, porque está muy fundada en el sacrificio, en el dolor, pero también en esos espacios las personas [las madres] construyen formas de defenderse, entonces son figuras en los que ya está super normalizado la violencia y la manipulación. Me parece importante hacer esta separación entre asumir el cuidado como maternidad o como paternidad, porque desde ahí me parece que hay una lógica piramidal de sometimiento”.
Isamar Eslava, acompañante psicoterpéutica
Isamar lleva ya varios años viviendo por su cuenta y ha tenido un par de roomies que tenían un hijo o hija. En esas ocasiones ella participó en las dinámicas de crianza y cuidados en lo que ella llama co-maternidad.
“Me gusta mucho la frase de ‘se necesita un pueblo para criar a un niño’, eso me parece mucho mejor que ceñirse a la figura de lo que representa estereotípicamente la madre, que es bastante rígida y asfixiante”.
Romper los moldes
En esa experiencia viviendo con distintas personas fuera de su círculo familiar sanguíneo, que tienen posturas y experiencias más similares a la suya, Isamar también ha encontrado que incluso con la consciencia de querer hacer las cosas distintas, es complicado romper los patrones.
“Existe una carga muy grande desde la heteronorma [los roles estereotípicos desde una visión heterosexual]. Yo trato de huir a eso y destruirlo pero… sigue habiendo una comunicación implícita donde el cuidador principal es una sola persona [quien sea más “maternal”], y lo que yo entiendo y lo que yo quiero vivir es que esta posición del cuidador principal o la cuidadora principal sea algo rotativo. Para mí esa es la apuesta cuando construyo hogar con otras personas, porque entiendo que no todo el tiempo se tiene la energía o las ganas”.
Isamar vivió durante unos meses con su pareja actual, quien creció educado desde la perspectiva del “cuerpo masculinizado”, es decir, como hombre.
Al inició parecía que se dio por hecho que Isamar sería quien asumiera todo el trabajo doméstico y las cosas se complicaron porque su pareja no estaba participando en esas labores. Un día hablaban, por un tiempo la repartición de tareas era más equitativa pero con los días toda la carga volvía a Isamar.
“Llega un punto donde me doy cuenta que en realidad mi pareja, al tener un cuerpo masculinizado, no tiene una referencia del cuidado ni de sí mismo. La última plática que tuvimos, que fue la que nos llevó a tener mejores acuerdos, tenía que ver con que yo le dije: el que aprendas a cocinar, el que aprendas a barrer, el que aprendas a cuidar no solo de ti sino de alguien más es por ti, tiene que ver con el cuidado que tienes hacia tu propia persona”.
Con esas experiencias Isamar se ha dado cuenta que el trabajo de cuidados es vivido de distintas maneras dependiendo también del cuerpo que se habita y la lectura de este. En ese sentido, cree que al discurso del “empoderamiento” en el círculo feminista o suvbersivo le falta la perspectiva del cuidado a otras personas, pues sigue siendo una mirada individual en la que hay “alguien más” que se encarga de “cuidarme a mí y a los otros”, y ese alguien es siempre el de un cuerpo feminizado.
Es por eso que Isamar vive su trabajo en psicología como un lugar desde el cuál hacer agencia respecto al tema de cuidados como algo construido no sólo para la persona que lo necesita, sino también respecto a otras personas con las que se relaciona y conecta.
Mientras estuvo en la universidad, ningún profesor habló del trabajo de la psicología clínica como un trabajo de cuidados. Para Isamar, la forma en que le presentaban esa labor era más mecanizada, hasta que conoció por su parte el método Gestalt, en el que “se prioriza el vínculo [psicólogo-paciente o paciente-mundo] desde la perspectiva de que somos personas atravesadas por cuestiones sociales, económicas o espirituales. Es decir, para mí significa que hay algo que nos conecta”, explica Isamar.
“Eso me hace ver que existe una tarea de cuidado al escuchar y sobre todo, al trabajo de entender al otro. Eso me parece prioritario en los trabajos de cuidado: el poder entender lo que está pasando, lo que está atravesando el otre”.
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