El envidiable mundo del INAI

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El Inai se convirtió en un organismo que legitima todo, incluso a dos instituciones que han hecho y siguen haciendo daño.

Por medio de la Plataforma Nacional de Transparencia es posible dirigir solicitudes desinformación a la federación y a los estados. Foto: captura de pantalla

Para mi generación, hablar de acceso a la información pública es hablar de un derecho consumado, ya que en teoría, cuando empezamos a usar esa herramienta para fines periodísticos, sabemos que detrás hay leyes, hay personas y una institución. Hay por lo menos un edificio.

Siempre ha resultado emocionante el poder preguntar a cualquier institución directamente lo que a uno se le pueda ocurrir algún día por la mañana y al hacerlo comprendo que ese derecho es una dosis de empoderamiento que hoy en día resulta más que necesario para todo ciudadano y ciudadana.

Pero es el INAI, la institución encargada de vigilar que se cumpla ese derecho, la que se empeña en mermarlo.

Refiriéndome de nueva cuenta a las generaciones, he escuchado a “los mayores” recurrir al desdichado “por lo menos” al referirse a que hay que agradecer que existe una plataforma mediante la cual se pueden realizar solicitudes de ¡información pública!

Y en medio de lo que yo considero una crisis en el acceso a la información, al haberse convertido en un respaldo de políticos, al INAI le dio por entregar premios. Entonces tenemos al PRI y al Partido Verde presumiendo un premio por ser transparentes y al Senado promocionando en la radio cómo es que ha sido reconocida su transparencia.

Así, el INAI se convirtió en un organismo que legitima todo, incluso a dos instituciones que han hecho y siguen haciendo daño a diario.

Cuando el INAI otorgó los reconocimientos me surgió la duda (y espero que a muchos más), ¿qué entiende esa institución, que cuesta miles de millones de pesos al año, por transparencia? Y me respondo que lo que entiende es ajeno al mundo que vivimos todos los que trabajamos a diario con su plataforma poco amigable y que nos tenemos que tragar respuestas absurdas a pesar de haberlas esperado por meses.

Entonces, qué envidia me da el mundo en el que vive el INAI.

En mi experiencia, he ingresado solicitudes de muchos tipos, desde unas muy elaboradas que han sido en colaboración con periodistas más especializados, hasta unas muy básicas, que son mías y que poco a poco he intentado perfeccionar, y nunca ha faltado una respuesta absurda, pero que está “en tiempo”. Si eso ocurre, ¿debo entender que se cumple con la transparencia?, ¿de esa manera?

Eso fue lo que ocurrió con los premios del INAI, en su “primera verificación del cumplimiento de las obligaciones de transparencia”. Ahí encontró que esos partidos y ese órgano legislativo son las más cumplidas “en la disposición de información” de acuerdo con la nueva Ley General de Transparencia.

Del comunicado emitido por el INAI hay un párrafo que resalta. Habla de la incredulidad, de la molestia y la irritación ciudadana “por muchas razones conocidas”, pero termina con una idea de que no todo es malo ni inconveniente ni “motivo de crítica”, lo que recuerda al ya casi clásico “lo bueno casi no se cuenta pero cuenta mucho”. Es el Inai al nivel de un Ejecutivo federal que sufre una crisis de popularidad.

Pero el INAI apostó por contar lo bueno y no sé de dónde sacó las fuerzas para hacerlo. A estas alturas creo que podríamos sentir envidia de esa confianza desbordada que tienen las instituciones en el Partido oficial.

Pienso que si una solicitud de información al PRI es el pase directo a ese mundo seguiré insistiendo porque, ¿para qué desgastarse? Qué envidia del INAI, que mejor apuesta por premiar la crisis que por defender un derecho que podría ayudar a derribar lo que genera el problema.

El mundo del INAI desafortunadamente no está en la cabeza de los comisionados, sino que está en construcción y si se les deja avanzar, su sitio de comodidad seguirá intacto.

Y nosotros, pues seguiremos frustrados, muy frustrados, en el polo opuesto.

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