“¿Cómo iniciar este texto sin sentirme conformista?” o, “¿si escribo esto aceptaré la derrota?”
Esas fueron las dos preguntas que me hice durante días para decidir si escribía sobre este tema para Serendipia. Mis amigas, mis maestras (unas, por fortuna, son ambas cosas), la frase de una serie y los días que vivimos todos, me animaron.
Aunque aún no puedo dedicarme de lleno y a diario al tema de la migración centroamericana, cuando me presento con alguien o en cualquiera de mis pláticas, digo y hago evidente que ese es el tema que levanta todas mis pasiones periodísticas y humanitarias.
Dentro del grupo de quienes sí pueden dedicarse a eso, el libro de Oscar Martínez, Los migrantes que no importan, se ha vuelto el retrato más real del fenómeno. Lo compré hace un año; lo empecé a finales de noviembre. El texto es tan bueno que es de esos libros que uno devora. Es cruel y es real. Es un texto muy bien logrado.
Sin embargo, desde la primera página sentí cómo un torrente de envidia invadió mi cuerpo.
Mi problema vino cuando caí en cuenta que esa envidia no era ese sentimiento que como reportera o reportero te entra al leer el texto de un colega que tú querías escribir o que está exageradamente bien escrito. Eso, afortunadamente, no lo catalogo como envidia, sino como un “apúrate, Dani. Los días no esperan a los que no hacen”.
Página tras página esa envidia no hizo otra cosa más que crecer. Incluso hubo momentos en que lo leía con molestia interna (y de verdad, no es porque sea un texto malo, sino todo lo contrario. Es más, recomiendo ampliamente la lectura de ese gran reportaje).
Finalmente, fui sincera conmigo: la molestia, la envidia, el coraje son porque yo jamás, o por lo menos no ahorita y por cómo van las cosas, no en mucho tiempo, yo podré escribir lo que Martínez escribió. Y no es por mi capacidad, cada quien su trayectoria y cada quien sus años en el oficio, sino porque soy mujer y sólo en mi imaginación podría estar en los lugares en los que ese reportero estuvo; sólo en mi imaginación podré tener esas experiencias que tanto ansío tener para poder hablar con todas las letras lo que es la migración.
Hace algunos años tenía como objetivo ir a Tenosique, Tabasco, una de las entradas de Guatemala a México. Desistí por el tema de Los Zetas, es decir, por el terror. Me fui al comedor de Las Patronas y afortunadamente nada malo pasó, pero los hábitos no eran los más amables: dormir a diario con gas pimienta junto a la almohada; avisar a alguien cada que tenía que ir al baño (en los protocolos de seguridad se recomienda a las mujeres que en sitios peligrosos avisen que irán al baño, ya que son lugares comunes donde ocurren violaciones); vestirme mojada porque luego del baño el estrés del cuerpo expuesto te exige cubrirlo rápido; cuidar escotes y cuidar que la blusa al inclinarte no “enseñe de más”.
En lo profesional también fue complicado: iba a entrevistar migrantes, pero es de lo más normal que unos no se abran de inmediato al reportero. Entonces había que darles algo de confianza, pero cuidar que no fuera tanta para no dar pie a malinterpretaciones. Y pasó que alguno de repente tomó confianza de más y llegan los momentos incómodos y la preocupación de no ser cortante, sino “no se vaya a enojar y para qué quieres”.
Con eso, ¿cuándo podré verme encima de La Bestia?, ¿cuándo podré llegar a los pueblos que fueron abandonados por las autoridades y entregados a las bandas delictivas?, ¿cuándo podré meterme a un bar donde prostituyen jovencitas centroamericanas y platicar con ellas?, ¿cuándo podré pasar noches con un grupo de migrantes a los que conocí ese mismo día pero que muero de ganas por contar su historia?
Ahora, no. Sé, y me alegra por el bien de la humanidad, que hay muchas mujeres que además de ser profesionales, son valientes. Las admiro a cada una de ellas y espero que nunca nadie se atreva a hacerles daño.
Y bueno, luego de todo este gran rollo, se preguntarán, ¿y los datos? Pues los datos nos salvan el momento.
Pensé en Alejandra Padilla, directora de Serendipia y en Linaloe R. Flores, gran reportera de SinEmbargo MX. Considero que las dos han hecho del uso de datos y de las plataformas de transparencia una nueva y gran trinchera. Y qué bueno y qué necesario en estos tiempos donde el viento no sopla a favor de las mujeres, menos cuando se trata de mujeres periodistas, es decir, doble riesgo.
Concluyo que no es derrota. En la serie de Netflix Alias Grace (que deben ver), una de las líneas de una joven empleada doméstica dice: “no es que hayamos perdido, es que aún no ganamos”.
Y así estamos nosotras. Ahora desde los datos en el periodismo vamos a estar contando las historias, las que queremos contar, las que deben ser contadas.
No renunciamos a la calle, la ocuparemos pronto.
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